Partió como nada –creo- entremedio de tanta bandera flameando por ahí, justificando un despilfarro exacerbado en días que la austeridad le vendría bien a unos cuantos monigotes arrimados a ese carro disfrazado de victoria. Partió como nada –iba diciendo- como una manera de paralelar un sentimiento de patriotismo sin patria, de esos que creemos y queremos tanto nuestros pies que respetamos el lugar donde los plantamos, independiente de dónde sea y, mejor aún: cuándo sea.
Partió como un grito desesperado de alguien que ya no quiere seguir engañándose a sí mismo. Y algo de cierto hay entre tanto hipérbole de septiembre. Algo de verdad verdadera hay en mirar hacia el corazón del corazón y ver cómo quema esa primera letra aun encendida que depositó probablemente el escritor –autor-poeta que más admiro por estos días, por estas semanas, por estos meses de letras leídas con deleite. Algo hubo en ese conocerLO que terminó por convencerME, algo en ese primer acercamiento a Los Detectives Salvajes que gatilló un camino sin retorno, una ruta obligada a leer los libros de cuentos, las columnas, las entrevistas y todo lo que exista del gran y, por supuesto muerto antes de tiempo, Roberto Bolaño.
Algo hubo en todo esa travesía que me llevó a leerlo por primera vez en Paris, tomando el libro que fortuitamente el dueño de casa había dejado sobre la mesa, y terminarlo en Chile, que me impulsa a escribir un pequeño homenaje –el primero de muchos- al hombre que iba a escribir la novela que Borges no se atrevió y lo hizo, al humano que iba a caminar por el desierto y lo atravesó de una sola vez. Al que iba a mirar a la mujer más hermosa del mundo y vivió para contarla.
Roberto Bolaño de estar vivo tendría 57 años, no viviría en Chile puesto que le apestaba un poco el esnobismo chilensis –y a quién no- y estaría escribiendo la primera gran obra del siglo XXI –que quizás ya la escribió en su 2666. Cómo perdimos todos con la muerte de Bolaño, pienso tantas veces al día que es quizás lo único que me angustia de todo.
Quizás por cómo murió. A Bolaño le aterraba pensar que su muerte sería tan banal que ni siquiera las musas se enterarían y al final tuvo razón. Qué cómo puede morir el mejor escritor en español de los últimos 20 años esperando un hígado. Le debemos un hígado a Bolaño dijo Nicanor Parra, tantas veces, que es quizás lo único que me angustia de todo. Cómo perdimos todos con la muerte de Bolaño.
Definitivamente preferiría que estuviera vivo. Nunca lo conocí y estuvo vivo al mismo tiempo que yo ya era –o creía ser- un lector formado. Estuvimos en el mismo país en 1998 y no lo conocí ahí, ni al año siguiente tampoco, ni dos años después. Lo conocí –como la gran parte de Chile- de la manera más aberrante que se puede conocer a un escritor: confundiéndolo con otra persona.
Sí, también fui de ese montón de precarios lectores que se rió a carcajadas porque una modelo -de cuyo nombre no me acuerdo- confundió al gran escritor latinoamericano, con el gran humorista latinoamericano que de no ser por la palabra “Gómez” se llamaría exactamente igual que el escritor nacido en Chile. Me reí de la pobre pobrísima modelo, pero yo tampoco conocía al Roberto escritor. Me reí de la pobrísima, pero yo tampoco sabía quién era Roberto Bolaño y lo que es peor: no lo supe ahí, ni al año siguiente tampoco, ni dos años después y lo vine recién a conocer y a reconocer este año, un par de meses atrás.
Cómo perdimos todos con la muerte de Bolaño. Cómo, de qué manera es posible que el mundo sea mejor SIN Bolaño que CON Bolaño?
Me entristece saber que probablemente pasarán otros 500 años para que aparezca otro, porque los satélites se demoran décadas en pasar, pero un Bolaño viene cada 500 años y lo más probable es que el mundo ya ni esté para verlo. Ese mismo mundo que se demoró 45 años en verlo y que ingratamente dejó que se muriera a los 50.
No murió con duelo nacional, ni con galerías de rosas rojas, ni con fuegos artificiales explotando en sus bolsillos. Roberto Bolaño murió a los 50 años esperando un hígado.
Dónde vamos a encontrar otro Bolaño? Aunque recorra campos y ciudades. O me quede sentado en el jardín. Como un inválido. –dijo el gran Nicanor Parra de San Fabián de Alico tras la muerte de Violeta. Y yo ni siquiera asumí que estaba muriendo el que sería mi escritor favorito siete años después. En qué estaba pensando? En qué estábamos pensando todos cuando Roberto Bolaño murió esperando un hígado? Qué hacía Chile por allá por el 2003?
Lo más probable es que jugábamos todos con banderitas a hablar de patriotismo, de esa obligación a pasarlo bien que es el 18 de septiembre. Ese amor a los límites del territorio, a la bandera, ese odio tácito a los extranjeros que vienen a trabajar por un sueldo miserable. Ese amor tan patriótico a lo nuestro, pero sin amar lo nuestro. Dónde estaban los patriotas el día en que Bolaño murió esperando un hígado? Dónde estaban los que dicen amar a su país, pero no a las mujeres que hay en él, ni a los homosexuales, ni a los mapuche, ni a tantos otros que como Bolaño no entran en el amor a Chile.
Cómo paga Chile, le debemos un hígado a Bolaño… puede ser. Pero lo que es muchísimo más importante, le debemos unas horas en los colegios, unos libros suyos en bibliotecas públicas, unos suspiros al menos por todos los que ya no están y que como Bolaño y sin sentirse parte de Chile fueron más patriotas que todos los coleccionistas de lo que sea en blanco azul y rojo.
Partió como nada –dije hace un rato- y ahora termina en pocos minutos. Como un grito ya no de súplica sino de exigir: Hay que releer a Bolaño, otra vez. Y a Parra. Y a los Parra. Hay que leer a Neruda y a Mistral y a Huidobro y a Gonzalo Rojas y a Enrique Lihn… Cómo no vamos a leer a Enrique Lihn? Cómo no los vamos a leer a todos, otra vez. Si la poesía alcanza para todos. Si la televisión alcanza para todos, Parra horas y horas ahora.
Dónde vamos a encontrar a otro Bolaño? Y no vendrá, se los adelanto sin ánimo de pitonisar lo impitonisable. Conformémonos con los satélites y con los libros que ya dejó, con esos libros que empezó a escribir a los 14, con ese convencimiento de estar escribiendo lo que pocos han tenido la ilusión siquiera de escribir, con ese amor por la literatura y la lectura que sólo los más grandes han tenido, con ese amor por la poesía que lo llevó a defender a muerte a poetas marginales, que lo llevó a escribir en libros, cuadernos, mesas, boletas, artículos de escritorio y ataúdes, con esa pasión de los que se atreven a rayar vidrios, con esa voluntad de escribir y estar vivo y seguir vivo en sus libros que le publicaron RECIEN a los 48 años.
–Allá arriba o allá abajo, o donde quiera que se van los grandes si es que se van a algún lado, donde sea que no dejan que los grandes mueran, allá donde las banderas no flamean sino que las cargan los poetas hacia una lucha que todos están dispuestos a dar, ahí dónde Bolaño dijo: “En Chile todos escriben y escriben, pero nadie lee”. Ahí, en ese lugar y acá, en este: Hay que releer a Bolaño, otra vez.
Victor Bascur Anselmi
“En esta feria de vanidades, en este baile de salón entre los siúticos y los cuicos, brilla todo, menos la literatura”
“En el camino de los perros mi alma encontró a mi corazón. Destrozado, pero vivo, sucio, mal vestido y lleno de amor”
“Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”
“Persiguiendo un sueño innombrable, inclasificable, el sueño de nuestra juventud, Es decir el sueño más valiente de todos”