Yo quería leer el siguiente libro de Fuguet desde que leí el primero, desde el día en que una compilación de cuentos que a mediados de los noventa estaban muy de moda en Latinoamérica, llegó a mis manos en la biblioteca de mi colegio; ese día yo supe que ese escritor seguiría estando en mis viajes en bus, en mis tardes de lluvia, en mis días en el campo. Ese día, en ese lugar, rodeado de muchos otros libros que jamás leería yo supe que Alberto Fuguet escribiría algunas de las páginas que me acompañarían por varios años más.
Una vez Mike Patton dijo que si no fuera cantante probablemente estaría preso o lo habrían matado en una balacera. El periodista lo mira y le pregunta: entonces si no estuvieras haciendo música serías un psicópata? Mike Patton se demora dos segundos y dice: lo que digo es que ser cantante me permite justo eso: ser un psicópata sin que puedan encarcelarme. La historia ocurre mientras Fuguet entrevista a Patton.
Yo leía poco y nada en esos días, hablo de octavo básico, tenía 13 años e ignoraba todo acerca de todo. Ahora tengo 24 sigo ignorándolo todo, pero estoy conciente de mi ignorancia. A los 13 años no estaba conciente de nada, el colegio cada vez me importaba menos y los recreos de fútbol que era lo mejor de tener 13 años le daban paso a recreos de imbéciles mojándose el pelo, de tipos que se arreglaban en los baños para ir a pararse en un pasillo frente a tipas que se paraban en el pasillo también. Ahí estaba todo este enredo de gente parada en el pasillo, de equipos de amigos que se quedan sin futbolistas y de niñas que dejan de ser molestosas para convertirse en un problema que todos quieren tener.
Tenía 13 años, casi la mitad de lo que tengo ahora y llegó a mis manos “Sobredosis”. Alguien le dijo a alguien que ese libro hablaba de cocaína, de sexo y fiestas y alcohol. Ahí en esos pasillos de gente que se miraba durante 15 minutos, aguanté 5 con mi pelo mojado y bajé hacia esa dosis que me llamaba adictivamente, esa sobredosis. Tomé mi agenda y pedí el libro en cuestión en la biblioteca de mi colegio.
Me fui al patio y afirmado en la reja comencé a leer ese pequeño secreto entre esas páginas y yo. Semanas antes había leído “La senda del perdedor” de Bukowski, el primer libro maldito y probablemente el libro que más quiero en el mundo. Yo leí sobre drogas y excesos mucho antes de verlos cerca de mí, mucho antes de saber siquiera que existían en el país donde yo crecía. “Sobredosis” era el primer libro con ribetes bukowskianos malditos contados en chileno, en mi idioma: el primer amigo maldito que tuve.
Para el primer libro, la primera película y el primer disco uno tiene toda la vida, todas las ideas buenas que pensó en largas tardes de indecisión sobre convertirse en escritor o no, jugársela o no, apostar fuerte y quizás perderlo todo, pero teniendo la ínfima, pero absolutamente convincente posibilidad de ganar y mucho. Esa indecisión que luego da paso a la decisión de finalmente ser o no, tiene una ventaja: el tiempo. Para el primer libro tienes todo el tiempo que quieras, luego de esto el tiempo se te ha ido. Por eso los que hacen un segundo disco mejor que el primero o segunda película o segundo libro mejor: ESOS SON LOS QUE VALEN.
Está lleno de one hit wonders allá afuera, está lleno de genios de un solo disco, de tipos que tuvieron sólo una buena idea y triunfaron y ese triunfo impidió que volvieran a tener otra buena idea. Y está bien si existen, pero yo prefiero a los que se superaron, a los que tuvieron un primer acierto y con el tiempo quisieron ganarse a sí mismos, mejorar y competir con el único rival que tiene un escritor, músico o director: uno mismo.
Yo quise a Fuguet por escribir Sobredosis, ese pequeño secreto que releo de vez en cuando, que amparado en una moda leí casi por necesidad, pero que finalmente terminó por salirse de la palestra y hoy leo casi por deberle algo. Por entender algo que el esnobismo shilenito de ese que se escribe con “s” y “h” y que lee el mercurio a escondidas, no supo valorar. ¿Cómo un tipo con dinero podía sufrir? ¿Cómo un periodista de la Universidad de Chile no estaba escribiendo Realismo mágico o defendiendo a Cuba? Entendí que estaba bien que existiera “otra voz” por mucho que fuera tratada de comercial o vendida. ¿Qué es venderse? Sobre todo en literatura ¿qué es venderse? ¿Escribir de un tipo con apellido Vicuña y no de un tipo con apellido Bascur?
Entonces vino Mala Onda, regalado por mi mamá en una versión que compró en una tienda de libros usados para navidad, era un ejemplar de la primera edición, tiene una fea portada, las hojas están roñosas y con el tiempo ha comenzado a despedazarse, pero descansa ahí en ese mueble que miro ahora de reojo, compartiendo lugar con otros tantos libros que quiero que lean mis hijos y mis amigos. Si la buena literatura ha de servir para algo es para que la lean los amigos. Yo he insistido en algunos, he regalado unos cuantos, he perdido unos pocos como prestamista mal cobrador. Pero ese “Mala Onda” descansará -ya casi sin poderse abrir- por varios años más en mi biblioteca en un lugar privilegiado.
Gordie: Fuck writing, I don't want to be a writer. It's stupid. It's a stupid waste of time.
Chris: That's your dad talking.
Gordie: Bullshit.
Chris: Bull true.
Chris: I know how your dad feels about you. He doesn't give a shit about you. Denny was the one. He cared about and don't try to tell me different. You're just a kid, Gordie.
Gordie: Oh, gee! Thanks, Dad.
Chris: Wish the hell I was your dad. You wouldn't be goin' around talkin' about takin' these stupid shop courses if I was. It's like God gave you something, man, all those stories you can make up. And He said, "This is what we got for ya, kid. Try not to lose it." Kids lose everything unless there's someone there to look out for them. And if your parents are too fucked up to do it, then maybe I should.
Stand by me – 1986 -.
Acabo de terminar de leer Missing, la última novela de Alberto Fuguet. Quedé mal. Es una novela de 386 páginas que habla –porque habla- de un tío de Fuguet que se perdió, que se borró de la faz de la tierra, que no llamó nunca más, que no se le vio nunca más y que Fuguet ha decidido encontrar. En ese tiempo cuando no existía Skype, cuando no se podía googlear a alguien, en ese tiempo cuando perderse era perderse para siempre. A través de las páginas de Missing el protagonista irá encontrando las razones de su obsesión, ¿qué lo impulsa a buscar a su tío? ¿Y qué tal si el tío quiso perderse, para qué encontrarlo? ¿Seguirá con vida?
Qué es perderse? ¿Servirá de algo hacer ese viaje? ¿Alejarse de todo y buscar a alguien que se perdió? ¿Buscarse a sí mismo?
Missing es potente, mantiene atrapado, obliga a concentrarse a obsesionarse por una historia que puede ser la de cualquier tío en el mundo, la historia que puede estar en cualquier familia chilena. No es desaparecer, es perderse y el tío de Fuguet se perdió.
Yo quería leer Missing desde que escuché de él el verano pasado. Un tipo se pierda aparentemente porque quiso y 20 años después alguien lo busca, ¿seguirá vivo? ¿Servirá de algo saber que sigue vivo? Saber que está muerto? Yo quería leer Missing y acabo de terminar de hacerlo y valió la pena la espera. Lo leo justo en el momento en que debí leerlo. Fuguet lo hizo no sé si nuevamente, a mí me gustan sus libros, pero este, pero este Missing es para todos, incluso para los detractores. A través de Missing Fuguet cuenta cómo encajó como escritor, cómo pudo reencantarse con su familia, peliarse con ella, sentirse parte de algo y sentir que había alguien allá afuera que también lo andaba buscando, que no estaba perdido.
Yo leí y releí en mi cabeza las páginas de Missing, con pena. Hay una historia triste más grande que todo, de proporciones isabelinas, que se esconde en las páginas de Missing, un hombre en ocasiones dos o tres hasta cuatro que no pueden ser lo suficientemente hombres y que decepcionan a los otros tres por no serlo. Una historia de hombres extranjeros en su propia tierra, que cuando quieren abrazar terminan hiriendo sin querer, que hablan un idioma que no es el suyo y por lo mismo no pueden comunicarse. O a veces terminan hiriendo, queriendo. Yo pienso en Missing como pensé en ella durante los días en que la leí, estando en mis viajes en bus, en mis tardes de lluvia, en mis días en el campo. Creo que aprendí más con Missing que mi último año en la universidad, que pude entender más sobre como pienso de lo que aprendí en las largas sesiones de sicólogos a los 16 años. Missing me acompañó y me acompañará, si de algo ha de servir la buena literatura es para acompañar y Fuguet lo logró.
Sus páginas me acompañan, ya no es un secreto, ya no tengo 13 años y sigo siendo adicto a sus libros, esa Sobredosis de aquel día dejó secuelas. De alguna manera pude seguir leyendo, escuchando discos y viendo buenas películas. De alguna manera también me ayudaron a querer escribir una que otra historia que quisiera contar. Ya no tengo 13 años y puedo ver hacia atrás que de haberme quedado esos 15 minutos de pie en ese pasillo hoy no habría leído Missing. Tendría más éxito, dinero o un futuro más prometedor? No puedo saberlo, simplemente me siento más tranquilo ahora con el pelo seco, nunca fui el del pasillo, no podría haberlo sido aunque quisiera. Algunos nunca se perderán, otros van a desaparecer de un día para otro, de un día para otro no contestarán más el teléfono, no responderán más los mails, cambiarán su dirección, se sentirán mejor o peor? Cómo saberlo? Años después se arrepentirán? Creo que nunca lo sabremos.
Sólo hay algo que tengo claro en este momento: a los que estén por perderse, a los que estén perdidos les recomiendo Missing, Missing para encontrarse. Si la buena literatura ha de servir para algo es para encontrarse.